martes, 28 de febrero de 2017

Viñeta/Ojalá

Estoy leyendo. Estoy tomando café y comiendo (no una trenza de nuez, no un rol de canela: no hubo) un cuernito de almendras. Estoy oyendo mi Discover Weekly en Spotify y de pronto ¡pum!,  empieza a sonar “Ojalá”.

Hay que soltar el libro.
Hay que dejar la taza.
Hay que pararlo todo.
Hay que escuchar.

Hay que cantar en silencio aunque la boca no pueda evitar moverse y entonces el señor barbón de la mesa de enfrente me mire extrañado y voltee a un lado y al otro, como preguntándose a quién le hablo, qué le estaré diciendo.

Hay que dejarse absorber por el momento de intenso sentir, ese que se extiende sobre el cuerpo como una constelación cuyas estrellas explotan en la piel que se despierta cuando esa voz pronuncia la palabra con la que, hace tantas vidas, yo descubriera un mundo que intuía, pero al que no entraría de lleno sino hasta que Silvio me abriera la puerta.

Hay que detenerse a soñar, a vivir su poesía.








miércoles, 22 de febrero de 2017

Una vida común

Despertar, apagar la alarma, negarse a dejar la cama pero hacerlo de todas formas, limpiarle la arena al gato, sacar a pasear al perro, comer el desayuno, arreglarse, salir a la calle, trabajar

vivir cada día como todos los días, con sus pequeñas variaciones, con sus sorpresas y sus sinsabores y sus emociones buenas o malas o tristes o alegres

ser una persona normal, ser una persona entre millones, ser una persona cuya voz se escucha apenas en una habitación cerrada porque los grandes espacios abiertos han quedado lejos y no se sabe llegar a ellos

ser una persona que viene y va sin que le importe mucho a nadie más que a un puñado de gente igual a uno

sentarse de pronto a mirar y escuchar y darse cuenta de que todo alrededor se desbarata de alguna manera que es más cruel y más intensa que la manera en que el tiempo de por sí lo descompone todo

sentarse a escuchar palabras de duda

mirar el sosiego que se aleja

voltear a un lado y a otro

preguntarse qué

preguntarse cómo

preguntarse cuándo y no saber

no tener respuesta alguna porque en realidad no hay razón evidente, por lo menos no a los ojos pequeños de un ordinario individuo que vive una vida común con horarios de todos los días y rutas familiares y comidas habituales y lugares frecuentes

un individuo que ahora no sabe cuál debe ser su siguiente paso, en qué dirección moverse o si quedarse quieto, quizás cerrar los ojos o ver hacia otro lado, quizás ignorar las voces, las de afuera

todas esas voces que se superponen y se contraponen y se contradicen las unas a las otras como en una burla que sólo genera ruido

un ruido sordo que ciega y borra los caminos

quizás todos menos uno, ese camino que lleva al interior

el camino al fondo del ser que se es sin los otros

el ser que imagina encontrarse a sí mismo y cree entender lo que pasa y comienza a pensar que en realidad siempre supo

comienza a pensar que esa intuición oculta en su pecho es nada menos que el pulso de la savia dirigiéndolo a su sino.

Y que sí, que si tuviera el valor, sólo haría falta decidirse a seguirlo.