sábado, 16 de abril de 2016

Las manchas del sofá


El día había sido brutal. El sol parecía haberla seguido por doquier, dándole latigazos directo a la cara. Llegó al estudio-apartamento con un intenso deseo de tomar un baño helado. Sin embargo, el diminuto espacio de la regadera había acumulado el calor de la tarde, y el agua se sentía tibia sobre la piel. Sin haberse enjabonado siquiera, salió de la ducha, se secó apenas, y se cubrió con nada más que una enorme playera un tanto percudida.
Como única cena, tomó del frutero el último plátano, ya bastante ennegrecido.  Lo comió de pie, recargada sobre el fregadero de la cocineta. Al acercarse al bote de basura para tirar la cáscara vacía, alcanzó a ver tres o cuatro hormigas a las que aplastó con el pie descalzo. En un alto vaso de plástico que mantenía siempre dentro del refrigerador, se sirvió agua de la llave y la bebió de un precipitado y largo trago.
Esa noche decidió no convertir el sofá en cama; se recostó directo sobre el forro desgastado sin reparar demasiado en las manchas que ya estaban allí cuando ella llegó a ocupar ese cuartucho amueblado que rentaba por semana desde hacía casi dos años, tal vez incluso más. ¿Serían ya tres?
Todavía recordaba la angustia y el asco que había sentido en el momento en que, por primera vez, se dio cuenta de que en ese asiento desvencijado y sucio tendría que pasar sus horas de descanso. “Es temporal”, se había dicho a sí misma para consolarse; el optimismo estaba todavía al alcance de su mano.
Aquella vez había tendido la cama con sus sábanas limpias, aún frescas; se había esforzado en cubrirlo perfectamente para que, mientras durmiera, ningún pedazo del mueble fuera a entrar en contacto con su piel, en especial la de su cara.
Ahora eso ya no le importaba. El tiempo se había encargado de desgastar su esmero y, con cada día que pasaba, un nuevo rasgo de su escrupulosa personalidad desaparecía, alimentando así el caos en que se estaba convirtiendo su existencia.
Y se daba cuenta, ¡vaya que se daba cuenta! Pero la voluntad que requería para abrir los ojos cada mañana, ponerse de pie y salir a otra jornada sofocante y seca, le había ido restando fuerzas a ese empeño que hoy no parecía más que un desfallecido recuerdo.
Tenía la ligera impresión de haber llegado a esa nueva ciudad portando un anhelo, tan reluciente y franco como lo había sido su mirada.
Luego, todo se había ido secando, y en su cabeza sólo quedaban algunas cenizas que, en ciertas noches, invocaban mediante un sueño a esa otra persona que ya no era ella.

2 comentarios:

  1. wow!, me encanta!
    No sé cómo lo haces, pero lo haces. Logras que uno viva la experiencia sin vivirla.

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  2. ¡Muchas gracias! De verdad me encanta que vengas por acá y me hace muy feliz que te guste lo que escribo.
    ¡Abrazo!

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