La casa está en silencio. La mente también. Sólo hay una voz. Pero se hunde, lejos, tan lejos que casi no puedo oírla. Me pide ayuda. Está en peligro. Le lanzo una palabra. No la cacha. Se le resbala justo por entre las manos. La perdí. Me perdió. No sé qué hacer ahora. ¿Por dónde comienzo a buscarme?
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