martes, 27 de diciembre de 2016

Manifiesto trasnochado o De lo que debió haberse quedado en mi diario II

¿Para qué custodio los espacios vacíos?
¿Para qué resguardo las páginas sin fecha?

Esta noche va en blanco porque la mente no detiene su pensar.
Esta noche va en blanco porque el cerebro suelta pociones que lo mismo elevan y derrumban el espíritu.
Esta noche va en blanco porque la pluma y la hoja callan en la boca, hablan por la mano, gritan en el alma.
Esta noche va en blanco porque el amor, la envidia, la nostalgia, el miedo, las ganas, la desidia, el desconcierto y la pasión se manifiestan en una clara visión.

Nací para olvidar todo lo que no sé cómo se escribe.
Nací para escribir todo lo que no sé cómo se olvida.
Nací para llenar las noches insomnes, para retacarlas con las letras soñadas.
Nací para buscar que en todas mis páginas haya una fecha, que en todos mis espacios haya una palabra.

Eso es lo que quiero.
Y eso es lo que hago.









lunes, 12 de diciembre de 2016

Pequeña caminata nocturna


Uno tras otro
                     Los pies


Uno tras otro
                    Los pasos


Uno tras otro
                   Los grillos



         Aparecen en la sombra
                 de esta noche
                en que voy sola












miércoles, 30 de noviembre de 2016

Text and drive-thru


Las vi llegar, una cajita metálica tras otra. Yo también estaba allí, iba saliendo del lugar. Me dirigí hacia las líneas blancas que indican la ruta que debemos seguir los que sí entramos al local, los que llegamos a pie; los míos se sintieron fuera de sitio al tener que moverse entre tantos neumáticos, como usurpando terrenos que ya no están pensados para caminar. Dispuesta a cruzar, busqué un rostro, la mirada de un conductor que confirmara mi presencia antes de que un paso más me pusiera directamente frente al vehículo que avanzaba muy lentamente, pero sin detenerse un instante. A la altura de los ojos, encontré una frente; la vista, clavada en ese espacio incorpóreo al que ahora vivimos sujetados tan firmemente como nuestras manos al aparato electrónico que no podemos dejar ir, que no queremos soltar ni siquiera cuando vamos al frente de un volante que requiere de nuestra dirección. Y así salí, entre los carros que llegaban en un flujo constante, como traídos por una cinta transportadora que acarrea, uno tras otro, a un sinfín de cibernautas, todos ellos hambrientos, sin ganas de bajar de sus naves, ni de mirar el camino.








jueves, 3 de noviembre de 2016

Dos-de-noviembre

La casa huele a cempasúchil, a pan de muerto, y  al café con leche que recién preparé para la ofrenda. El ambiente es tibio en contraste con el leve frescor que se cuela a través de las ventanas abiertas, por donde también pasa el sonido de los autos que recorren despacio la breve calle en la que ahora vivo; el trinar de los pájaros sobre los árboles camino al parque; los pasos de dos o tres peatones, alguno acompañado por su perro, alguno otro por sus hijos pequeños; el canto de las campanas de viento suspendidas por un cordón transparente frente a la puerta de la vecina.

    El gato va de habitación en habitación, de ventana en ventana. En alguna de sus vueltas, llega a la cocina y se encuentra conmigo que leo junto al plato con los restos del pan que comí de desayuno. De un solo salto, el gato sube a la mesa y aterriza a un centímetro del plato, inspecciona las moronas con la nariz, y de inmediato las rechaza como algo que no le interesa probar. Entonces levanta la cara, me mira de frente y maúlla. Yo lo alzo en un abrazo que lo pega a mi pecho, rasco suavemente su cabeza, y le doy un beso. Él ronronea un instante, y al instante siguiente me empuja con la pata, da un brinco hacia el suelo y, muy tranquilo, se aleja.

    Lo veo subir al sillón de la sala, acomodarse en la hendidura de entre los cojines, comenzar a acicalarse lamiendo sus patas, su cola, su cuello. Se acerca el mediodía: es hora de su siesta.

    Yo voy a poner agua a hervir mientras lavo los trastes que se quedaran varados a orillas de mi lectura. Cuando el agua esté lista, haré una taza de té de limón. Voy a pasarme a la sala y encenderé una vela, pondré algo de música y regresaré a la terraza en la novela, allí donde un gato se prepara a tomar una siesta. Junto a él, la muerte aguarda vestida de anciana; una triste vieja que, con un finísimo hilo negro, teje el mantón con el que ha de cubrir a esa otra mujer que no sabe aún que ya la esperan.








viernes, 7 de octubre de 2016

A Tláloc

I
Sucede que me canso de sudar
Sucede que me canso del calor
Sucede que aquí nada sucede
Sino el sol
Sol
Sol
Sol
Que se derrama
A requemar
Lo  
Ya
Quemado


II
Sucede que el paso se alenta
Sucede que el camino es solo arena
Sucede que aquí nada se mira
Sino el sol
Sol
Sol
Sol
Que se avecina
A resecar
La
Ya
Sequía.









V. Efraín Huerta, "Tláloc".

jueves, 29 de septiembre de 2016

Nuevo hogar

Después de la mudanza, viene la calma. Y yo, como el gato, estoy empezando a buscar los que serán mis rincones en la nueva casa.


Él, a los pies de la puerta de la sala; yo, en el sillón que, por ahora, se encuentra justo al lado. Él, sobre el librero negro; yo, junto al librero beige. Él, frente a la ventana de la cocina; yo, también.


Los dos tomamos la siesta del medio día en el sofá gris; a veces juntos, a veces cada quien por su lado. Deambulamos de un cuarto a otro, cruzamos puertas y miradas, conversamos.

Desde que llegó a nuestras vidas, mi hija me lo dijo, que éste era uno de esos gatos místicos que poseen el don de la palabra. No se equivocó. El gato me habla, me llama, me platica. Y con su plática me acompaña a lo largo de estas primeras mañanas color azul celeste de la casa en la avenida del parque. Mañanas en las que todavía hay cajas por desempacar, objetos por acomodar, y rincones de los que apropiarse para ir haciendo de este sitio  nuestro nuevo hogar. 







viernes, 2 de septiembre de 2016

Solitud


La casa está en silencio. La mente también. Sólo hay una voz. Pero se hunde, lejos, tan lejos que casi no puedo oírla. Me pide ayuda. Está en peligro. Le lanzo una palabra. No la cacha. Se le resbala justo por entre las manos. La perdí. Me perdió. No sé qué hacer ahora. ¿Por dónde comienzo a buscarme?

















miércoles, 24 de agosto de 2016

(In)certidumbre o Canto tonto I (a mí misma)

Hoy yo sé que no sé nada
Ayer no supe qué sabía
Mañana no sé si sabré

Así se me pasan los días
Ayer, hoy y mañana
Sin idea de quién fui
O quién seré

Pero hay algo
De lo que nunca he dudado
Y es que a pesar de mis dudas
Nunca he dejado de ser


(Coda boba: esto soy yo, y yo soy así).










miércoles, 17 de agosto de 2016

Soliloquio para una tarde de miércoles o De lo que debió haberse quedado en mi diario I

     A veces pienso que me gustaría fumar. Me daría algo que hacer en las tardes largas y vacías como la de hoy. ¿Qué se hace un miércoles por la tarde? Cuando no hay trabajo ni familia; cuando el libro que se está leyendo no resuena con nada en la cabeza ni en el alma; cuando la tele es basura (o sea, siempre); cuando hasta el gato está aburrido, colgadas las patas de una silla en la cocina, dormitando.

    Me preparé una taza de té. Me encantaría poder beberla allá afuera. Aprovechar que el gato está junto a la ventana y vigilarlo desde la banca roja mientras sorbo mi té bajo el árbol de los “pérsimos” que apenas en agosto ya son muchos y muy grandes, aunque todavía están verdes.

    Este año no voy a estar para comer “pérsimos”. O ese es el plan. Que el correo electrónico que escribí hoy para quienes queremos que sean nuestros próximos caseros surta efecto; que nos renten la casita de la avenida del parque y mudarnos para allá en septiembre. El señor Kim dijo que el árbol allí da flores moradas. Me emociona. El morado es de mis colores favoritos. Eso siempre ha sido. Pero el “pérsimo” es de mis frutas favoritas, y nunca lo habría sabido de no ser por estos árboles de aquí, de la casa del Mundo de juguete.

    Me pregunto quién la habitará cuando nosotros nos hayamos ido. ¿Qué les atraerá de esta casa tan pequeñita, tan de cuento? ¿Será que le encuentren parecido a aquélla que salía en un programa de tv de su infancia? Y esa gente, ¿estará buscando las escuelas de la zona?, así como nosotros cuando llegamos.

    Han pasado seis años desde entonces. Recuerdo que vi como buen augurio que el número de la casa fuera el 1331 ½ . Trece, como la edad que tenía mi hija. Treinta y uno, como la edad que tenía yo. Éramos otras personas. Unas que todavía creían que California sería temporal; que la preparatoria al pie de la colina era una buena idea.

    Hoy estamos en Cali sin fecha de partida, buscando cambiar de casa porque hubo ya cambio de escuela. El tiempo se sigue moviendo, aunque en tardes como ésta, tan calladas y lentas, pareciera haberse congelado: imposibilidad meteorológica porque estamos a 34 grados centígrados.

    Así que, aunque el gato no tuviera lastimada la cola y yo no tuviera que estar cuidándolo, no saldría a tomar té a la banca. Pero, ¿a fumar? ¿Es caliente el humo del cigarro? ¿Da calor cuando se fuma? Claro que es una ventaja no hacerlo. Me da puntos a favor con los nuevos caseros. O por lo menos eso quiero creer. Si no, ¿por qué más preguntarían al respecto en el formulario de solicitud?

    Además, claro, me ahorro el enfisema y esas monadas.








lunes, 8 de agosto de 2016

Ventana


Hubo un tiempo en que las manos iban bajo la nuca, sobre el pasto. Hubo un tiempo en que los ojos iban hacia el cielo, con las nubes. En ese entonces, las piernas parecían moverse por sí mismas, a su propio ritmo, que siempre era más veloz que el de la gente; toda la gente parecía ir más despacio. Los pies regían los caminos, y todas las rutas eran La Ruta.


Hubo un tiempo en que los sueños eran de día, en la vigilia. Hubo un tiempo en que la noche era aventura, vida. En ese entonces, el paisaje se presentaba pleno, sin muros ni puertas ni cercas, y estar perdido era estar en casa. Las brújulas dormían en un cajón, los mapas no se habían inventado.


Hubo un tiempo en que cada ladrillo era de oro, y fuimos colocándolos a nuestro paso. Creímos estar construyendo un castillo fantástico, en donde guardaríamos todos los tesoros del mundo que eran, todos, nuestros. Nos hipnotizó tanto brillo. Levantamos paredes a destajo y, en un momento, ya no era posible andar más allá. Por suerte, colocamos esa ventana que, todavía hoy, permanece abierta.








viernes, 29 de julio de 2016

Principio y fin

Derrumbe

Se lo decía todo el tiempo. Se lo repetí hasta el cansancio, que teníamos que irnos de allí. Le advertí muchas veces que el lugar se estaba cayendo a pedazos. Le tomé la mano y, despacio, con mucha calma, fui mostrándole cada una de las fisuras, todas esas grietas que anunciaban lo que yo reconocía como irremediable: el derrumbe. El piso se abría a nuestro paso. El techo se desmoronaba con cada movimiento. Las paredes se resquebrajaban a la menor provocación.

—Si nos quedamos quietos no pasa nada, mira —respondía. Y se petrificaba por días.

No sé exactamente cuándo fue. Sucedió hace tanto. Despertamos y todo estaba en ruinas. No había manera de reparar los daños.  

Puse mis pies sobre la tierra y sentí los escombros. Supe que tendría que caminar sobre ellos.

Percibí su cuerpo erguido en la otra orilla de la cama. No se dijo nada. Ya no teníamos palabras. Me incorporé y di algunos pasos entre el cascajo. Giré la cabeza y sentí la necesidad de romper el silencio, de hacerle un llamado.

—Ven conmigo. Por favor, no te quedes. Por favor. No me dejes ir sin ti.

No sé si me escuchó. No recibí respuesta alguna. Pensé en empacar una maleta, en llevarme ciertas cosas. Pero nada me pertenecía ya.

Eché a andar, intentando evitar los escombros. “Lo que menos necesito ahora”, me dije en silencio, “es volver a tropezar con el pasado”.


Cimientos

Te sentaste en la banca de frente al río. Siempre se me hizo extraño que a lo largo de toda la orilla no hubiera más que esa. Y peor aún, que jamás estuviera ocupada. A mí me encantaba estar allí, mirando el tiempo flotar sobre el agua, y dejarse arrastrar por la corriente.

De vez en cuando pasaba alguna persona caminando a prisa; gente que transitaba hacia mil destinos ignorados. Pero nadie se quedaba. Nadie se detenía, nunca.

Ese día llegué a instalarme como de costumbre, con un cuaderno de notas, un libro, y suficiente música para escuchar por horas.

Así eran mis tardes de la primavera en que te vi. Nunca antes había encontrado a alguien en mi sitio, y me tomó un momento reaccionar. Tu cabeza estaba agachada. Con sólo ver tu nuca, ya me había sonrojado. Permanecí inmóvil a unos pasos de ti, a tus espaldas. Aguardé unos minutos. No sé cuántos. Ni por un instante alzaste la mirada.

Finalmente mis pies comenzaron a moverse. En las bolsas del pantalón, mis manos tiritaban, nerviosas. Mis ojos no podían parpadear y mi garganta parecía estar cerrada. Cuando llegué a pararme frente a ti, apenas conseguí balbucear:

—¿Te importa si me siento?

Entonces por fin me miraste.

—Adelante.

Nos quedamos ahí, lado a lado, por lo que pareció una eternidad. Lo recuerdo claramente, como si hubiera sido ayer, que cuando se hizo de noche, nos paramos, muy despacio, y nos fuimos caminando, juntos.





lunes, 18 de julio de 2016

Vislumbre


Hoy me encontré una cara mía que hace años no veía. Luego me puse los lentes, miré más de cerca, y desaparecí de vuelta.

¿Hacia dónde me habré largado ahora?



Espero que a algún sitio con nieve, y sin balas.













jueves, 7 de julio de 2016

Sueños I

—¿Qué pasaría si me quedara encerrada en un sueño?

—O sea, ¿como éste?

—Justamente, ¿qué hago en ese caso?

—Pinto

—¿Qué pinto?

—Unas flores

—¿De cuáles?

—No sé, pero voy a trenzármelas en el cabello.

—¿Qué tal si bebo algo?

—¿Puedo tomar en los sueños?

—Pues si puedo pintar…

—Claro, ¡salud!

—Me gustan las burbujas, saben a piel de chabacano.

—Los chabacanos son de lo mejor en la vida.

—Tan dulces.

—Voy a comer un chabacano y una rebanada de queso.

—¿Qué tipo de queso?

—Uno que vaya bien con las burbujas.

—Esa burbuja subió por mi nariz y llegó a mi ojo. Mírala, está saliendo.

—Como de un capullo.

—¡Se cree mariposa!

—Buena idea.

—Volverse mariposa, ¡sí! Y salir volando.

—¡Buena idea!                                  
                                  
—Está muy frío el cristal de esta ventana.

—¿Qué debo hacer si me quedo encerrada en un sueño?

Mariposa, Insectos, Animales