lunes, 31 de diciembre de 2018

Año Nuevo

El pay está en el horno. En el refri, la sidra se enfría. Las uvas escurren en el fregadero. Y en la tele pasan una película cuya historia comienza la noche de Navidad.

Hoy, la Navidad se ha quedado atrás. Hoy, esta noche, es la última noche del año. Es una noche de vestirse bien, de comer sabroso, de abrazarse mucho.

Es una noche de de desear: para los demás, y para uno. Desear que las cosas salgan bien, que los anhelos se cumplan, que los propósitos se logren.

Es una noche de tener los pies plantados sobre la tierra, pero la cabeza repleta de sueños, el corazón acelerado en el pecho.

El pay está en los platos; la sidra, ya servida. Y las uvas esperan sobre la mesa. En la tele, comienza la cuenta regresiva.


El año viejo se va, el nuevo año arriba.



¡Feliz 2019!





















viernes, 2 de noviembre de 2018

Dos-de-Noviembre III o La luna y su calavera



Tibia y grande la luna
resplandeciente, en silencio
atraviesa las ventanas
y reparte la fortuna

Puedo sentir ya sus pasos
acercándose fortuitos
titilando, centelleantes
con su luz de aerolito

Oigo claro su descenso
crujir bajo de mi almohada
Fuerte llega su perfume
que de incienso es una nube

Hoy viene a orquestar
de ánimas mil conciertos
pues esta noche es de fiesta
hoy es Día de los Muertos

Esta noche es de flores
de un fragante amarillo
Esta noche es de viento
es de amores, es de amigos

En la casa hay una ofrenda
que los espera ansiosa
con papeles de colores
y comida deliciosa

Hoy la muerte ha de vestirse
de sombrero y con estola
pues quiere unirse al festejo
Hoy no quiere estar sola

Así que santos difuntos
la llevarán de la mano
a visitar los panteones
en que los velan hermanos

Esta noche es posible
saludarla a ella de frente
sin tristeza y sin miedo
celebramos a La Muerte

Tibia y grande la luna
emite un brillo fino
e ilumina así la tumba
que de todos es destino

Mientras nos llega ese día
disfrutemos el momento
para que cuando haya que irse
nos podamos ir contentos.


































domingo, 21 de octubre de 2018

Viñeta V: Cambio de estación



La luz del otoño es especial:
Ilumina, pero no deslumbra. Calienta, pero no quema.
Apenas si contrarresta el frescor del día.


La luz del otoño huele a miel:
Es dorada, translúcida, casi líquida.
Y se resbala por entre las manos cuando tratan de tocarla.


La luz del otoño acaricia, besa, canta como brote cristalino entre las piedras.


Viene despacio, bailando con la brisa
y rodea mis hombros y hace mi cabello a un lado para luego decirme al oído: 

Terminó el verano… ¡Respira!








































viernes, 28 de septiembre de 2018

Volver sin haberse ido

Algunas veces regreso
sin saber de dónde vengo

Pero sí sé que me fui
que no estuve
que a cierta hora volví

De golpe cae en mis ojos
todo el peso de la luz
cuando
recién los penetra

Como cuando
en las mañanas el sol
sin permiso
entra

O como esas madrugadas
en que
casi de la nada
se enciende dentro una llama
que aviva el calor del alma

Entonces veo mi cara
y fijamente me miro
Allí estoy
siempre en mi sitio
del que no me he movido





































jueves, 30 de agosto de 2018

Inevitable II o De un cierto pesimismo ocasional

Los cuerpos empiezan a desgastarse
una pierna, un brazo, los dedos


La vista falla:
   pareciera que los ojos se cansan de buscar
La voz se calla:
  pareciera que la boca se cansa de implorar


Los pasos se hacen inciertos
porque los pies ya no saben el camino
Lo que antes fue arriba ahora está abajo
los nuevos paisajes se han quedado atrás


Y las caras que siempre habían tenido una sonrisa
ahora nos miran mal


Todas esas voces familiares
¿cuándo se callaron?

¿Cómo fue que las dejamos de escuchar?



Todos esos sitios habituales
¿cómo es que cambiaron?

¿Cuándo fue que los dejamos de ubicar?



Somos, éramos, fuimos

Nada puede escapar a su final































viernes, 27 de julio de 2018

Sueños II: Sin salida


Me levanto
apurada, camino
busco una salida
¡Una puerta!


Veo la manija
Voy a girarla
más se evapora
como si fuera de agua


Como este sueño
del que despierto
al darme cuenta
de que aún estoy dentro.



























miércoles, 11 de julio de 2018

En casa



Conocer la tierra en que pones los pies, entender el camino por donde te lleva, reconocer a qué huele, a qué sabe, y cómo se siente en la piel



Eso… es estar en casa
























viernes, 25 de mayo de 2018

Que siga la cuenta

Nací en el centro
nací
en el ombligo de la luna.
Justo a la mitad de la cadena alimenticia:


No soy de los de hasta arriba
ni soy de los de hasta abajo
Nací en el medio.


Nací el mes cinco de doce
la hija tres de cuatro.


Soy talla promedio
de altura promedio.


Cuando voy a comprar zapatos
siempre hay un número más grande
y uno más pequeño


Pero del mío ya no
porque tengo el pie del mismo tamaño
que la mayoría de la gente.

Ni muy muy
ni tan tan.
Sólo soy yo

y soy
sólo lo que tengo que ser:
                                                      YO.


Yo, un año más ¿vieja?
     un año más ¿sabia?
     Un año más…
 
 
     viva.


Eso sí, viva.


Y también
un año más yo.


Con éste, van 39. Y que siga la cuenta.
























martes, 15 de mayo de 2018

La venganza de la araña


     Sus patas estaban en el aire. Así las encontré: todas torcidas y tiesas. De inmediato supe que estaba muerta. Pero, ¿cómo había llegado allí? Eso quizás jamás podría explicármelo, y es, entre otras, una de las cosas que me aterra de las arañas: nunca se sabe de dónde salen, ni dónde pueden aparecerse. De pronto ya las tienes ahí, frente a los ojos. Pareciera que todo el tiempo están vigilándote desde sus oscuras esquinas, listas para salir al ataque, para perseguirte adonde vayas, desplazándose veloces sobre sus ocho extremidades. Pero esta araña no iba a seguirme a ningún lado, porque desde que la encontré ya estaba así, patas pa’arriba, muerta. 


     De todas formas, la pisé. Porque no puedo controlar esta aversión, este instinto. La pisé y grité y le salté encima y hasta acabé agarrándola a escobazos. Después fui a buscar un pañuelo desechable para recoger de mi piso su arácnido cadáver. Ya que la tuve envuelta en aquél suave féretro, me dirigía yo hacia el bote de basura cuando empecé a sentir una especie de cosquilla a la altura del tobillo, comezón tras las orejas, y un hormigueo en la espalda. Todas éstas, sensaciones que me invaden siempre que tengo un encuentro cercano con un insecto.


     “No se te pudo haber subido”, me dije, “está atrapada en esta bola de papel y, por si eso fuera poco, está bien muerta”. Pero el cosquilleo persistía; lo que es más, podía notarlo trepando por mi pierna. Iba a voltear a verme, sentí el impulso de sacudir mi pantorrilla con la mano libre, la mano en la que no traía el pañuelo hecho bolas, el pañuelo que encerraba el cuerpo inerte —de eso no cabía duda— de aquella araña que había irrumpido en mi día. 


     Decidí no caer en esas tentaciones. “Basta de ceder ante tus manías”, me recriminé, “tienes que usar la razón. La araña está muerta. Aquí la traes, en el puño”. Pero el cosquilleo no cesaba, iba más allá de la rodilla, casi a medio muslo. Apreté la mano con saña, quise sentir el crujido al interior del papel, corroborar mi posesión del cuerpo de la araña, mi posición de poder frente a su relativa pequeñez. 


     Nada tronó, nada crujió allí dentro. En cambio, el cosquilleo había trepado hasta mi hombro. Terminé por desenvolver el pañuelo. Lo sacudí con fuerza, segura de que vería a la araña caer al piso, por supuesto, muerta. Porque no podía ser de otra manera. Aún así, ahora era en el cuello donde sentía el cosquilleo como ocho diminutos puntos de contacto que no paraban de moverse sobre mí, de acercarse cada vez más a mi cara.


     No fui capaz de esperar a voltear al suelo y constatar que allí estuviera la araña. Corrí al espejo, tenía que verme, confirmarlo con mis propios ojos, que eso que sentía ahora sobre la mejilla no era más que una ilusión creada por mi mente, alimentada por mi fobia. 


     Pero no alcancé a llegar al espejo, porque en mi campo de visión entró una delgada línea negra que no podía ser otra cosa que… 


     Antes de que terminara de formular el pensamiento, mis manos ya estaban sobre mi cara, rascando, sacudiendo, golpeando. Entonces oí a mi gato. A su maullido le siguió el chasquido que hace con la lengua cuando recoge un insecto del piso y se lo está comiendo.


     Me puse de cuclillas frente a él, y pensé: “¿Qué comes, minino?” Él, como si leyera mi mente, regurgitó al arácnido a mis pies. “¡Gracias, gatito, gracias!”, suspiré llena de alivio.


     Recogí el pañuelo y volví a usarlo para alzar a la araña del piso. Esta vez opté por echarla al escusado, para mayor seguridad. En el baño, por fin frente al espejo, revisé mi cara. Noté un par de rasguños y algunas marcas rojas. Me dio algo de gracia mezclada con vergüenza. Di media vuelta y me alejé de mi reflejo que se reía conmigo de mí misma. Prometí no volver a dejarme ganar por este miedo irracional a las arañas.


     Sin embargo, cuando cerré la puerta del baño, comencé a sentir un cosquilleo trepando por mi pierna...






















jueves, 15 de marzo de 2018

Silencio

Tu boca
cuando calla
qué me estará diciendo


Porque el silencio también habla
el silencio grita
el silencio es eco de ese abismo
que se llama distancia


Un amplificador de soledades
un megáfono del desencuentro
el silencio es aullido
del dolor y del vacío
del temor y del olvido


El silencio es oráculo
de rupturas
y partidas
Es lente y es espejo
de la indiferencia y la apatía


Lo bueno del silencio
es que es muy fácil romperlo
No hace falta más que un hola
o un te extraño
o un te quiero





























miércoles, 28 de febrero de 2018

Nublazón



—Nublazón es una palabra hecha como de nubes y desazón, ¿no te parece? —le dije mientras veía al cielo por la ventana, intentando escapar de la tensión. Las nubes seguían densas y cargadas, como preñadas con el dolor de aquel largo día.


—¿De qué estás hablando? No me cambies el tema. ¡Contéstame!


Giré la cabeza. Volví a encontrar su cara. La sentí lejana, ajena.


—¿Qué quieres que te diga? No sé qué más puedo decirte —respondí tímidamente.


Sus ojos se clavaron en los míos que no fueron capaces de sostener su mirada. Bajé la cabeza y, con un trémulo parpadeo, se me escapó otra lágrima. Afuera, el día se terminaba. Un día que había sido húmedo y gris. Muy largo.


—Es el tiempo  —agregué—, me hace mal tanto frío.


—¿O sea que si estuviéramos en primavera esto no hubiera pasado? —dijo con voz quebrada, aún no sé si de dolor, o de furia.


—Lo habíamos platicado, ¿no? Era una alternativa. Los dos… lo habíamos contemplado. Tú... tú lo sugeriste primero.


—Pero sugerirlo no es lo mismo que hacerlo. ¿Cómo pudiste? ¿En qué estabas pensando? —Me preguntó de nuevo.


Vi sus manos soltar el café al que no le había dado un solo trago. Siempre me enterneció la forma en que casi abrazaba las tazas, rodeándolas en toda su circunferencia con esos dedos largos y delgados que ahora se contraían en dos puños apretados, temblorosos. Los estampó contra la mesa.


—¡Ya, cálmate! ¿Qué podía hacer? ¿Qué querías que hiciera? En el fondo sabes que no hacerlo no era opción. ¿O sí? ¡¿O sí?! 


Mis ojos se clavaron en los suyos que no fueron capaces de sostener mi mirada. Bajó la cabeza, y guardó silencio un instante. Después se puso de pie, dio media vuelta. Con pasos estruendosos y violentos, salió de aquel lugar. 


Yo me quedé allí por un buen rato. Intentado parar el llanto. Esperando a que pasara la lluvia.


Cuando por fin salí, era de noche ya. Respiré profundo y, antes de echarme a andar lejos de ese sitio al que jamás volvería, miré otra vez al cielo. La nublazón se había despejado. Sólo quedaba el agua con la que habría de lavar los vestigios de un día que había sido largo. Demasiado húmedo, demasiado nublado.























lunes, 19 de febrero de 2018

Inevitable



Escuché algo como el ruido de una puerta al cerrarse. Fue sólo un golpe, duro y seco. Certero. De inmediato corrí con la intención de alcanzarlo. Pero se había ido.


El dolor de tal fracaso me tiró al suelo. Allí, a los pies de ese sillón sobre el que me había pasado tardes enteras sin hacer otra cosa que oírlo andar de aquí para allá, el sonido de su paso rebotando en las paredes con el tic tac de aquél reloj que nunca antes había llamado mi atención, pero al que ahora miraba con recelo pues representaba el único testigo de mi más amarga derrota.


¿Qué habría hecho mal?, me preguntaba. ¿Será que algo hice bien? El pasado había caído sobre mi cabeza de pronto, como un lingote de oro, pesado y deslumbrante con el brillo de todo lo que ya nunca podría llegar a suceder. Eso, sobre todo, era lo que me atormentaba: pensar en todas esas cosas que hubiera podido hacer con él pero que jamás hice, esas cosas que ahora ya nunca serían realidad.


Permanecí de rodillas en el piso, incapaz siquiera de romper en llanto. La luz se fue desvaneciendo hasta que sólo el resplandor del reloj en la pared iluminaba el cuarto. Alcé la cara y me quedé mirando esas manecillas que, ahora me daba cuenta, se habían dejado de mover.


Fue entonces que pude ponerlo en palabras, esto que ya no tenía solución. Fue entonces que ya no pude evitar entenderlo, pues lo tenía bien claro frente a mi ojos, aunque éstos estuvieran ya cerrados. No había marcha atrás. No había más camino por delante. Mi tiempo se había terminado.
























miércoles, 31 de enero de 2018

Como la lluvia


Si me concentro lo suficiente, puedo hacer que los recuerdos caigan incesantes y tupidos, como la lluvia casi monzónica que cada año inunda las calles de la que fuera mi ciudad.


Si me concentro lo suficiente puedo darle cuerpo a los fantasmas, sacarlos del ayer y robárselos al mañana para compartir con ellos el hoy; puedo hablarles y oírlos hablar, puedo tocarlos y por ellos dejarme tocar.


Si me concentro lo suficiente puedo doblarme y triplicarme y andar los caminos que en otros momentos decidiera no tomar; todos esos caminos con los que aún no me he encontrado, aquellos que algún día, quizás ya no lejano, se me van a presentar.


Si me concentro lo suficiente, puedo hacer que el futuro sea tan nítido… casi táctil; que las imágenes de lo que viene me envuelvan como la música cuando suena recio en los oídos, como la lluvia que aquí no cae, pero a la que, si me concentro lo suficiente, puedo muy claramente escuchar cantar.