viernes, 22 de marzo de 2019

Petricor. Poema en prosa (sin número)


Olor a tierra mojada. 


Olor a agua y barro, a ventanas empañadas y gotas que se deslizan sobre sus toboganes de cristal. 


Petricor que me lleva de la mano a esas tardes de verano que aún están en la memoria, cuando correr por las calles empapadas de una majestuosa ciudad era la expresión perfecta de la libertad que sólo se puede vivir así, con los hermanos, bajo el agua de la lluvia, llenando los pulmones de oxígeno perfumado, y los ojos, del verde encendido de un árbol mojado. 


Petricor, el olor de una mañana templada, de una tarde de paseo con las botas de hule y un pequeño paraguas adquirido con el único propósito de salir a la hora del chubasco a saltar sobre los charcos, a vivir y revivir esa aventura infantil con la pureza que sólo se puede encontrar ahí, en la risa de los hijos.


El olor de una noche después de la escuela, noche de caminar hasta la plazuela de ese pueblo perdido en el tiempo, en el que un kiosco y un café y una dona de chocolate cubierta de chochitos de colores eran el escenario perfecto para un beso de inicios de romance.


Porque no hay nada más romántico que un beso bajo la lluvia, un beso de amor de verano, ese que resultará eterno porque estará para siempre ligado al olor de una tarde nublada, de una noche lluviosa, de una caminata sobre adoquines colorados que culminó en un beso con olor a petricor.