jueves, 25 de febrero de 2016

Ser

Nos mostramos
                  en un escaparate
                                             con
                                             una
                                             máscara
                                Para que nadie nos vea
        
            Por dentro


                                Creer que
             somos
                    
                         
                       Lo que queremos
               
                          ser    
                                     
                               Somos
                      
                     ¿         Quién nos mira         ?
                                                         
                                                        El
                                                        ojo
                                                                 que
                                                       decide
                      

                     ¿        Quiénes somos           ?

viernes, 19 de febrero de 2016

Amnesia

1.
El tren no aparece. El reloj tiene prisa. Lo mismo que la gente. Rápido. Rápido. Todo el mundo se mueve a gran velocidad. Todo el mundo tiene un lugar al cual llegar, de preferencia, lo más rápido posible.
Tú, mientras, esperas. Te vuelves a asomar al túnel. El tren no aparece.

2.
La negrura absorbe tu memoria, toda tu capacidad de pensamiento se va sobre las vías hacia ese lugar incierto que es el otro lado. Allá. De donde viene el aire. Una pequeña brisa que empuja y jala, que transporta. Y aunque los ojos no ven, el aire llena los pulmones. Respira. Respira. Respira.

3.
El canto de las ruedas, de los frenos, de las puertas que se abren justo a la altura de los ojos ahogados de luz. Esa luz que emerge como un puño que, de la nada, golpea el rostro y te despierta. Das un paso al frente, entras al vagón. Ahora viene la inmersión.

4.
Manos, brazos, cabellos. Un ejército de seres te rodea. Autómatas olvidados en un rincón. Rostros sin expresiones. Cabezas sin ideas. Bocas sin voces. Todos se mueven sin moverse. Van adonde los lleven. Sin poder cambiar de rumbo. Sin poder bajar.

5.
Un ruido sordo. La fricción. Paredes que lo cubren todo. El suelo se sacude, y el cielo, ese que aquí no es más que una lámina que corre hacia el horizonte marcado por una puerta de acero y una ventana. El plástico translúcido deja pasar un punto de luz, el color amarillo que anuncia la siguiente parada.

6.
Te dejas llevar por el oleaje. La gente sale a borbotones. Y con ellos, tú. Estás afuera.

7.
¿Hacia dónde es que ibas? ¿Para arriba o para abajo? ¿En esta dirección o en la otra? Hay cientos de escalones antes de llegar al último. Es momento de subir.

8.
La entrada y la salida son el mismo lugar. Un mismo punto de tránsito que lleva a todos lados, y a ninguno. Es un sólo paso el que decide. El mundo se abre. De pronto, nubes y árboles y aves que se pierden en un horizonte ahora más amplio, ahora azul.

9.
El olor de la tierra sube hasta tus narices. Agua con sal. Barro. Splish, splash. Splish, splash. Suenan tus pasos mojados. Tu alma canta. Tu mente calla.

10.
Neumáticos girando. Navecitas de metal ocupadas por cabezas con gestos de dolor, desesperanza, hastío. Caudales de autos atorados en un purgatorio de asfalto.

11.
Un pie, luego otro. Vas a seguir caminando. Un parque se asoma a la distancia. Allí te espera una banca pintada de verde. En su respaldo, el águila que va a tomarte de los hombros y va a llevarte lejos, muy lejos de ti. Con suerte, será a algún lugar donde alguien sepa tu nombre.



sábado, 13 de febrero de 2016

Sábado al mediodía

“Everybody should be quiet near a little stream and listen”
    -Ruth Krauss


    Aquí donde estoy no hay riachuelos, ni arroyos. De hecho, supongo que alguna vez hubo uno que no lo es más. Hoy en día, a ese sitio por el que antaño probablemente corriera agua, lo llaman Arroyo Seco. Creo, no, estoy casi segura de que está cerca del café en el que me encuentro sentada, con una taza vacía a mi lado y, sí, un vaso de agua.


    El agua en mi vaso no corre como la de los riachuelos. A menos que la dejara libre; que la derramara sobre la mesa roja, sobre el teclado de la máquina que también es roja, aunque en un tono menos oscuro, más brillante.


    Entonces, tal vez, en una especie de cascada doméstica y fugaz, el agua se desplomara en caída libre hasta el suelo de mosaicos de colores. Quiero creer que seguiría la ruta que marcan los bloques de tonos azules y verdes; esquivando los marrones y anaranjados, esos que son color tierra seca, color sol ardiente, color tarde candente.


    Tendría que virar, pasar por debajo de la banca que está pegada a la ventana: zona de alto riesgo porque la luz del mediodía entra abrasadora, estridente, y rebota y se proyecta en todas direcciones desde el alféizar de tono pálido, amarillo pálido.


    Sin embargo, la banquita es azul, y la mesa, y las cuatro sillas de enfrente también, y eso le daría al agua un remanso, un refugio. Desde la pata de la última silla hasta el primer escalón, son doce bloques más hacia la escalera. Una vez allí, el agua no tendría más que dejarse ir… dejarse ir.


    Ya en la calle, los pasos peatonales con sus cruces de franjas blancas podrían ayudarle, dejarla correr sobre ellos: primero por Meridian Avenue, y luego por Mission Street, una calle angostita como reto final. No creo que presentara mayor problema.


    Y luego, nada, llegar al barandal del puentecillo, deslizarse sobre él hasta el andén y de ahí otro salto, el último. El salto hacia las vías, el salto final.


    Porque en este sitio en donde estoy no hay un riachuelo que escuchar. El canto que se percibe desde aquí no lo emite el arroyo. Ese gorjeo lejano proviene del tren ligero al que ahora mismo veo pasar con su traca-ta, traca-ta. Lo oigo como al río que no está, que alguna vez estuvo. Lo escucho como al agua en mi vaso que me dice que se va, con el tren, a buscar un nuevo cauce.

    Quizás un día la siga. Hoy no. Hoy todavía permanezco. Pero un día, quizás, me suba al tren y viaje. Me sentaré, como ahora, junto a la ventana. Iré viendo el paisaje luminoso, seco, de los días calientes del sur de California. Pondré mucha atención porque tal vez en algún momento, a la distancia, acaso vislumbre el brillo de mi amiga el agua. Y así, sabré que he llegado.