miércoles, 24 de agosto de 2016

(In)certidumbre o Canto tonto I (a mí misma)

Hoy yo sé que no sé nada
Ayer no supe qué sabía
Mañana no sé si sabré

Así se me pasan los días
Ayer, hoy y mañana
Sin idea de quién fui
O quién seré

Pero hay algo
De lo que nunca he dudado
Y es que a pesar de mis dudas
Nunca he dejado de ser


(Coda boba: esto soy yo, y yo soy así).










miércoles, 17 de agosto de 2016

Soliloquio para una tarde de miércoles o De lo que debió haberse quedado en mi diario I

     A veces pienso que me gustaría fumar. Me daría algo que hacer en las tardes largas y vacías como la de hoy. ¿Qué se hace un miércoles por la tarde? Cuando no hay trabajo ni familia; cuando el libro que se está leyendo no resuena con nada en la cabeza ni en el alma; cuando la tele es basura (o sea, siempre); cuando hasta el gato está aburrido, colgadas las patas de una silla en la cocina, dormitando.

    Me preparé una taza de té. Me encantaría poder beberla allá afuera. Aprovechar que el gato está junto a la ventana y vigilarlo desde la banca roja mientras sorbo mi té bajo el árbol de los “pérsimos” que apenas en agosto ya son muchos y muy grandes, aunque todavía están verdes.

    Este año no voy a estar para comer “pérsimos”. O ese es el plan. Que el correo electrónico que escribí hoy para quienes queremos que sean nuestros próximos caseros surta efecto; que nos renten la casita de la avenida del parque y mudarnos para allá en septiembre. El señor Kim dijo que el árbol allí da flores moradas. Me emociona. El morado es de mis colores favoritos. Eso siempre ha sido. Pero el “pérsimo” es de mis frutas favoritas, y nunca lo habría sabido de no ser por estos árboles de aquí, de la casa del Mundo de juguete.

    Me pregunto quién la habitará cuando nosotros nos hayamos ido. ¿Qué les atraerá de esta casa tan pequeñita, tan de cuento? ¿Será que le encuentren parecido a aquélla que salía en un programa de tv de su infancia? Y esa gente, ¿estará buscando las escuelas de la zona?, así como nosotros cuando llegamos.

    Han pasado seis años desde entonces. Recuerdo que vi como buen augurio que el número de la casa fuera el 1331 ½ . Trece, como la edad que tenía mi hija. Treinta y uno, como la edad que tenía yo. Éramos otras personas. Unas que todavía creían que California sería temporal; que la preparatoria al pie de la colina era una buena idea.

    Hoy estamos en Cali sin fecha de partida, buscando cambiar de casa porque hubo ya cambio de escuela. El tiempo se sigue moviendo, aunque en tardes como ésta, tan calladas y lentas, pareciera haberse congelado: imposibilidad meteorológica porque estamos a 34 grados centígrados.

    Así que, aunque el gato no tuviera lastimada la cola y yo no tuviera que estar cuidándolo, no saldría a tomar té a la banca. Pero, ¿a fumar? ¿Es caliente el humo del cigarro? ¿Da calor cuando se fuma? Claro que es una ventaja no hacerlo. Me da puntos a favor con los nuevos caseros. O por lo menos eso quiero creer. Si no, ¿por qué más preguntarían al respecto en el formulario de solicitud?

    Además, claro, me ahorro el enfisema y esas monadas.








lunes, 8 de agosto de 2016

Ventana


Hubo un tiempo en que las manos iban bajo la nuca, sobre el pasto. Hubo un tiempo en que los ojos iban hacia el cielo, con las nubes. En ese entonces, las piernas parecían moverse por sí mismas, a su propio ritmo, que siempre era más veloz que el de la gente; toda la gente parecía ir más despacio. Los pies regían los caminos, y todas las rutas eran La Ruta.


Hubo un tiempo en que los sueños eran de día, en la vigilia. Hubo un tiempo en que la noche era aventura, vida. En ese entonces, el paisaje se presentaba pleno, sin muros ni puertas ni cercas, y estar perdido era estar en casa. Las brújulas dormían en un cajón, los mapas no se habían inventado.


Hubo un tiempo en que cada ladrillo era de oro, y fuimos colocándolos a nuestro paso. Creímos estar construyendo un castillo fantástico, en donde guardaríamos todos los tesoros del mundo que eran, todos, nuestros. Nos hipnotizó tanto brillo. Levantamos paredes a destajo y, en un momento, ya no era posible andar más allá. Por suerte, colocamos esa ventana que, todavía hoy, permanece abierta.