miércoles, 22 de febrero de 2017

Una vida común

Despertar, apagar la alarma, negarse a dejar la cama pero hacerlo de todas formas, limpiarle la arena al gato, sacar a pasear al perro, comer el desayuno, arreglarse, salir a la calle, trabajar

vivir cada día como todos los días, con sus pequeñas variaciones, con sus sorpresas y sus sinsabores y sus emociones buenas o malas o tristes o alegres

ser una persona normal, ser una persona entre millones, ser una persona cuya voz se escucha apenas en una habitación cerrada porque los grandes espacios abiertos han quedado lejos y no se sabe llegar a ellos

ser una persona que viene y va sin que le importe mucho a nadie más que a un puñado de gente igual a uno

sentarse de pronto a mirar y escuchar y darse cuenta de que todo alrededor se desbarata de alguna manera que es más cruel y más intensa que la manera en que el tiempo de por sí lo descompone todo

sentarse a escuchar palabras de duda

mirar el sosiego que se aleja

voltear a un lado y a otro

preguntarse qué

preguntarse cómo

preguntarse cuándo y no saber

no tener respuesta alguna porque en realidad no hay razón evidente, por lo menos no a los ojos pequeños de un ordinario individuo que vive una vida común con horarios de todos los días y rutas familiares y comidas habituales y lugares frecuentes

un individuo que ahora no sabe cuál debe ser su siguiente paso, en qué dirección moverse o si quedarse quieto, quizás cerrar los ojos o ver hacia otro lado, quizás ignorar las voces, las de afuera

todas esas voces que se superponen y se contraponen y se contradicen las unas a las otras como en una burla que sólo genera ruido

un ruido sordo que ciega y borra los caminos

quizás todos menos uno, ese camino que lleva al interior

el camino al fondo del ser que se es sin los otros

el ser que imagina encontrarse a sí mismo y cree entender lo que pasa y comienza a pensar que en realidad siempre supo

comienza a pensar que esa intuición oculta en su pecho es nada menos que el pulso de la savia dirigiéndolo a su sino.

Y que sí, que si tuviera el valor, sólo haría falta decidirse a seguirlo.








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