Cinco espacios antes de empezar a escribir, porque eso me dijo mi maestra que hiciera. Y no sólo ella, la otra maestra también, en otro idioma, incluso: 5 espacios.
Doble enter para cambiar de párrafo. Sólo porque me gusta esa medida. Me ayuda a aclarar las ideas, a sentir que cada una tiene su lugar. Me da un respiro.
De lo demás no sé nada. Plantillas, formatos, fuentes. Nada. Siento que he vivido en una cueva.
Nociones, solamente. Conocimiento profundo, de pocas cosas en la vida. Incluso aquellas que se supone me apasionan, las que he llevado conmigo como bandera y estandarte. Aprendiz de todo...
¿Cómo se llenan los huecos que se han ido dejando abiertos a lo largo de 36 años? Se me antoja como querer resanar los baches de toda La Ciudad. Esa ciudad que es mía. Esa ciudad a la que pertenezco.
Mi mente es la carpeta asfáltica del DeFectuoso, y cuando la echo a andar caigo en un socavón y luego en otro y en otro y en otro.
Tuve que ir aprendiendo a copiarle al conductor de enfrente. Me fijé en sus maneras de esquivar y las adapté a mis caminos para poder seguir transitando. En algún momento me llegué a sentir una experta al volante. Dibujé mapas, inauguré rutas y descubrí atajos. Pero siempre hay un instante en el que freno, paro, suelto el volante y abro la puerta. Bajo. De pie junto al coche, me doy cuenta de que sigo lejos. Todavía no sé cómo llegar. He estado dando vueltas, tratando de evitar las zanjas, y sigo sin alcanzar ningún destino.
Supondré que así es la vida. Que no queda más que subir de nuevo al auto, encender la marcha, dar gas, y seguir circulando.
Así que estoy aquí, frente a esta suerte de agujero, recorriendo territorios que me son ajenos, circunvalando regiones inexploradas. Estoy intentando aprender algo nuevo, sondeando una extraña vereda, para aquél viejo, escondido camino.
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