miércoles, 30 de noviembre de 2016

Text and drive-thru


Las vi llegar, una cajita metálica tras otra. Yo también estaba allí, iba saliendo del lugar. Me dirigí hacia las líneas blancas que indican la ruta que debemos seguir los que sí entramos al local, los que llegamos a pie; los míos se sintieron fuera de sitio al tener que moverse entre tantos neumáticos, como usurpando terrenos que ya no están pensados para caminar. Dispuesta a cruzar, busqué un rostro, la mirada de un conductor que confirmara mi presencia antes de que un paso más me pusiera directamente frente al vehículo que avanzaba muy lentamente, pero sin detenerse un instante. A la altura de los ojos, encontré una frente; la vista, clavada en ese espacio incorpóreo al que ahora vivimos sujetados tan firmemente como nuestras manos al aparato electrónico que no podemos dejar ir, que no queremos soltar ni siquiera cuando vamos al frente de un volante que requiere de nuestra dirección. Y así salí, entre los carros que llegaban en un flujo constante, como traídos por una cinta transportadora que acarrea, uno tras otro, a un sinfín de cibernautas, todos ellos hambrientos, sin ganas de bajar de sus naves, ni de mirar el camino.








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