Para Quark
Plácido estaba el gato
frente a la ventana abierta,
cuando de pronto una mano
tocó tres veces la puerta.
Se acercó el felino a oler
a aquél visitante rudo
que expedía un gélido hedor
y traía los pies desnudos.
Por ojos y por nariz
tenía tres vacías cuencas,
y muy solemne anunció:
“Vengo a ajustar unas cuentas”.
El astuto gato supo
quien era aquella bellaca,
y de inmediato planeó
asustar a esa calaca.
Así fue que respondió
este minino avispado
cuando la puerta abrió
y la flaca entró a su lado:
“Aquí nadie debe nada,
distinguida damisela.
Pero si gusta pasar,
venga a mi caja de arena.
Justo estaba por entrar
a descargar lo comido;
si algo se quiere llevar,
con gusto se lo convido”.
La huesuda miró al gato
caminar directo al baño:
osado y muy elegante,
los bigotes por delante.
En cuanto lo escuchó rascar,
percibió malos olores
fétidos y putrefactos
que en los panteones, peores.
Ni tarda ni perezosa
la flaca se disculpó,
pues ya venía el felino
regresando muy ladino.
“No te preocupes, minino
no te quiero importunar;
creo que mejor me retiro
y te dejo descansar”.
El gato dio media vuelta
y con la pata aventó
la puerta que así cerró
en la cara de la muerte.
Le dijo: “Muy buena suerte
con tu siguiente visita
por aquí no vuelvas más,
desdichada calaquita”.
La muerte, desanimada
se alejó de aquella casa
e hizo una nota mental
de no volver a pasar
por donde un gato en calma
esté a cargo de las almas.
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